No estamos solos...





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sábado, 8 de marzo de 2014

K-52



Habían hecho un aterrizaje forzoso en ese satélite natural, sin saber si estaba habitado, sin apenas datos que pudieran orientarlos acerca de la existencia o no de oxígeno en su atmósfera. Hasta ese momento habían llevado la misión como acostumbraban, limitándose a fotografiar desde el aire un planeta desconocido, que en fechas recientes se había hecho visible para los sensibles instrumentos de los laboratorios más rudimentarios. El K52, nombre que le habían puesto al nuevo astro, contaba con cuatro satélites naturales que, según les informó el robot que habían enviado ―y que sufrió un extraño desperfecto, pese a que había sido revisado con detenimiento―, poseían una superficie agrietada y con muy pocos indicios de agua, y por lo tanto de vida. Alex y Tania, los científicos que llevaban adelante la expedición, eran los que hacían el trabajo peligroso; amaban lo que hacían y no confiaban en nadie más. Ambos, egocéntricos e individualistas, apenas aceptaron trabajar juntos solo por el hecho de que, de no ser así, el proyecto no se hubiera iniciado desde un primer momento; de eso hacía ya varios meses. Nadie pensaría, al ver la forma fría y distante con la que se trataban, que un día ya muy lejano, habían sido pareja y, debido a sus temperamentos narcisistas, la relación no llegó a buen puerto. No terminaron en buenos términos, se vieron involucrados en situaciones violentas, el uno para con el otro, que se fueron agravando. Los dos eran reconocidos en su ambiente debido a los descubrimientos que habían efectuado en pos de la ciencia y para que ninguno saliera a dar detalles de sus vidas íntimas firmaron un contrato de confidencialidad. Alex se vería a salvo de no ver expuesta su ambigüedad sexual, Tania lo acusaba de ser homosexual y de darle a otro hombre todo lo que debió darle a ella. Por el contrario, él tenía prohibido revelar los gustos a los que su ex estaba abierta para recibir satisfacción en la intimidad; tenía prohibido revelar que Tania era poco más que una ninfómana. El personal a su cargo desconocía sus historias, ni se la imaginaban al ver a esos dos científicos que parecían tan normales y tan distantes de la gente común. Se sentían orgullosos de ver que personajes ilustres e importantes para la ciencia trabajaran codo a codo y con una dedicación enconmiable. Sin embargo, en esos momentos, ambos estaban fuera del perímetro que constituía su seguridad y todo lo que conocían. Por lo que se sentían vulnerables y prontos a perder la paciencia ante cualquier provocación. Alex caminaba delante de Tania. Cada uno oía su respiración lenta y pausada, dentro del casco que los protegía del aire exterior, ayudados por el oxígeno que les proveía el pequeño tanque que llevaban a la espalda. La primera impresión fue que la gravedad parecía ser la misma que la de la Tierra. Cada tanto, alguno se detenía para recolectar muestras del suelo. Como bien les había informado el robot, que hallaron detenido unos pasos más adelante, justo a la entrada de una cueva, la superficie del satélite se presentaba árida, la tierra era de un color amarillo, tirando a naranja, y al parecer no existía vida vegetal, al menos a primera vista. Una especie de niebla cubría la superficie y eso dificultaba ver el entorno en toda su magnitud; a través de ella se veía una luz bastante potente, seguramente se tratara del reflejo de la luz solar que llegaba desde el planeta, el cual se veía muy grande, como una luna próxima a chocar contra el satélite. Cuando llegaron a una aglomeración de cuevas, se internaron por una de ella y vieron que por todas se ingresaba a un espacio donde la roca se hacía cóncava y a partir de allí se veían las entradas a varios túneles. ―Tenemos que permanecer juntos ―dijo Alex, con la voz distorsionada por el casco. Tania no respondió. Se limitó a mirar el entorno, palpó la roca que le hacía recordar a la Tierra. Antes de que Alex pudiera evitarlo se quitó el casco y lo dejó suspendido a unos metros de su rostro, por si tenía que colocárselo de urgencia. Su largo cabello negro cayó sobre sus hombros, aguantó la respiración y abrió los ojos despacio, al tiempo que respiraba con lentitud. Alex, con los ojos abiertos como plato, observó su pecho subir y bajar; sonrió cuando ella lo miró y le dedicó una ancha sonrisa. Si había algo que él no podía negar era la exótica belleza de la que había sido su compañera, solo escapaba al encanto de su esbelto cuerpo enfundado en ese ajustado traje azul porque la conocía y no era su tipo de mujer. Pese a los buenos y fogosos momentos que vivieron juntos, únicamente gracias a la habilidad e imaginación de esa mujer, la relación no se pudo mantener; él era un tipo tranquilo, bastante frío en materia sexual y llegó un momento en que comenzó a tenerle miedo a esa obsesión de Tania por el sexo y todo medio de placer que existiera. Ella se acercó sonriendo y lo ayudó a quitarse el casco, ese momento de camaradería le dio pie para poner una de sus manos entre las piernas de Alex; ese traje ajustado realzaba su hombría y lo hacía apetecible. Para Tania, cualquier momento y lugar era bueno para tener sexo, pero él le sostuvo la mano. ―Sabes por qué estamos aquí. Busquemos lo que necesitamos para arreglar la nave y larguémonos ―le dijo, con una ceja arqueada. ―No me digas que no te excito, se te nota a leguas ―respondió ella, con una risa burlona, mirando su entrepierna. Alex sacudió la cabeza, era imposible razonar con ella. Le hizo una seña para que lo siguiera y se internaron en uno de los túneles. En el interior el techo de piedra formaba un arco, a pesar de que la luz natural no llegaba hasta allí se podía ver el camino sin problemas. Lo atribuyeron a cierta fosforescencia que desprendían las paredes del túnel. A medida que se adentraban comenzaban a aparecer indicios de vida vegetal, así como unos extraños gusanos con patas saliéndole de la parte posterior, semejantes a las de las ranas. Eran realmente repugnantes. Ambos científicos observaban admirados las nuevas especies que aparecían ante ellos en ese túnel que parecía no tener fin. Llegó un momento en que la vegetación se hizo tan tupida que debieron apartarla a manotazos; fue en esa oportunidad cuando cayeron en un hoyo profundo que no llegaron a ver. Cayeron durante varios segundos, sin detenerse, no podían hacerlo aunque quisieran, la superficie por la que se deslizaban era resbalosa, eso les impedía frenar con las manos o los pies. Antes de llegar a destino comenzaron a oír una especie de zumbido, este fue distorsionándose hasta convertirse en lo que parecían gritos. Cayeron y de inmediato fueron rodeados por extraños seres marrones, fornidos y pegajosos, cubiertos con una especie de capa oscura debajo de la cual salían varios tentáculos. El rostro de estos seres era alargado, de pómulos salientes y ojos muy rasgados de color gris y parpados transparentes. Eran una especie de reptiles que caminaban erguidos en dos piernas musculosas que terminaban en patas alargadas. Se comunicaban en un idioma desconocido, algunos portaban extrañas armas y otros llevaban látigos con los que amenazaban a los prisioneros. Tania y Alex quedaron asombrados de la cantidad, al parecer de distintas procedencias, que había y que eran tratados como rebaño. Notaron que los separaban, pese a que no era fácil identificar a quienes habían sido tomados prisioneros, era evidente que formaban los grupos por sexos. Los había amorfos y gelatinosos, altos y demasiado delgados, bajos y peludos, algunos con muchos o ningún ojo, o nariz enorme o inexistente, al igual que las orejas; algunos se parecían a los humanos pero los únicos de esa especie allí eran ellos dos. Intentaron comunicarse, para no ser separados pero todo fue inútil. El lugar era enorme, estaban rodeados por numerosas cuevas. No había techo sino que las paredes continuaban hacía arriba hasta convertirse en una especie de embudo que terminaba en la superficie, desde donde llegaba la luz natural que iluminaba el lugar. A Tania, que observaba todo con gran curiosidad y asombro, carente de miedo, le recordó a un gran hormiguero, pese a no haber estado nunca en uno de ellos. Ambos se miraron con temor cuando los condujeron hacía distintas entradas; intentaron resistirse pero era inútil, solo lograban que los lastimaran con los látigos. Tania se vio en una cueva de techo alto y abovedado; en el medio del lugar había una especie de altar. En ese momento había una hembra de otra especie luchando por zafarse de las cadenas que la mantenían acostada. Cerca de ella estaba uno de los seres que llevaba capa, sin embargo su fisonomía era distinta, parecía un humano pero con un color de piel anaranjada, sus ojos también eran rasgados y grises y en su boca de labios gruesos a veces asomaban sus dientes afilados cuando daba órdenes en su lengua. El ser observaba a la hembra que yacía ante él, sus ojos se volvían ranuras cuando recorrían a la prisionera. De repente, de debajo de su capa apareció un tentáculo ancho, rosado y viscoso que se dirigió a la prisionera y se enterró en una parte de su cuerpo. Ella gritó y forcejeó por liberarse; el proceso duró varios minutos, ante la mirada fría y dura del ser y la excitada y expectante de Tania. Como buena científica, estaba asistiendo al apareamiento de una raza desconocida, que al parecer tomaba hembras procedentes de distintos planetas para poder continuar con su reproducción. Se pasó la lengua por los labios, su pecho subió y bajó; para una mujer como ella, abierta a nuevas ideas para satisfacer su apetito sexual, esa podía constituir una nueva experiencia que si bien la asustaba, también la estaba poniendo muy caliente. Pronto confirmó que todas las hembras estaban allí para copular con ese ser. Tania estaba ansiosa por que le llegara el turno. Quizá su ansiedad o el olor de su excitación fueron la causa de que este pusiera sus ojos sobre ella, unos ojos hermosos pero al mismo tiempo aterradores. Permaneció observándola un par de segundos y en su rostro se dibujó una media sonrisa burlona al tiempo que sus ojos se empequeñecieron recorriéndola de los pies a la cabeza. Tania respiró hondo, sintió temor, el deseo de nuevas experiencias se le congeló en las venas al caer en la cuenta de que no se trataba de un juego. El extraterrestre se acercó con lentitud. Su andar era elegante, orgulloso, varonil; cuando se plantó ante ella se cruzó de brazos, al hacerlo parte de la musculatura de estos se dejo ver bajo la capa entreabierta. De solo imaginarse estrechada en esos brazos Tania gimió, fue algo que no pudo controlar, sus ojos lo recorrieron, buscaba ver algo más, convencida de que en cualquier momento el órgano sexual de ese ser se metería dentro de ella sin previo aviso. Oyó su voz, imperativa, y de inmediato el lugar quedó desierto. Cuando quedaron solos dio una vuelta en torno a ella, y Tania sintió que se quemaba ante sus ojos. ¿Qué están haciendo en nuestro planeta?, la interrogó telepáticamente, demostrando tener conocimiento de otras lenguas. Su voz ahora sonaba suave y sensual en la cabeza de Tania. Mi compañero y yo estamos en misión de investigación. Estábamos fotografiando los satélites que rodean a K52 cuando sufrimos un desperfecto en nuestra nave y tuvimos que hacer un aterrizaje forzoso. ¿K52?, preguntó con ironía el ser que parecía saberlo todo. Ustedes tienen la facilidad de colocar nombre a todo lo que existe como si fueran sus creadores, continuó, mirándola con intensidad. Tania se sintió pequeña e insignificante. Nunca se había puesto a pensar que existiera vida más inteligente ni más perversa que la raza humana. Levantó la cabeza con dignidad y se encontró con sus ojos. Ella había estado con muchos hombres, incluso cuando estuvo casada con Alex, y esa mirada era la misma que veía en ellos cuando la miraban con deseo. Si, no es miedo lo que huelo en ti. Eres una mujer sin inhibiciones ni contemplaciones, no te dejas dominar por el temor. Estás dispuesta a cualquier cosa en pos de la ciencia y del placer. Se dirigía a ella con burla, con la autosuficiencia de conocer todo lo que escondía. Tania confirmó que, si bien no era un hombre humano, estaba a punto de complacer sus más bajos instintos, porque en el fondo él también la deseaba. Dime qué es lo que deseas y te lo daré. Eso no quiere decir que luego yo haga de tu vida lo que quiera. La media sonrisa había vuelto a su rostro y en ella guardaba tanta seducción como maldad. Antes dime, ¿para qué copulas con todas esas hembras? ¿Es que acaso tienen un harén o algo de eso? ¿No temes que procreando con hembras de distintas especies tus hijos salgan con alguna anomalía a nivel genético?¿No practican la pureza de la especie? La sonrisa del ser se ensanchó, dejando ver una hilera de dientes afilados. No copulan solo conmigo y ninguno de sus retoños son míos. Yo soy lo que ustedes llamarían un «catador». Me encargo de probar la mercancía antes de distribuirla entre nuestra población, que está compuesta únicamente de machos. Tania lo miró con más interés. Si era como decía, entonces no dejaba rastros de semen dentro de ellas. Era tan extraño sentirse atraída hacía un ser del que no sabía nada, ni su forma de manejarse ni de sentir. Ni siquiera sabía lo que hacían con las hembras que no pasaban la prueba, así como tampoco sabía de qué se alimentaban. ¿Y si eran caníbales? Su mente era un hervidero de preguntas que no se atrevía a hacer. ¿Tienes nombre?, fue lo único que se le ocurrió preguntarle. ¿El hecho de que tengas un nombre por el que llamarme hará que me veas digno de tu atención?, respondió irónicamente con otro pregunta. Sus pensamientos quedaron en silencio, ambos se miraron, parecían medirse para trabarse en lucha. Desnúdate, le ordenó con tranquilidad. Tania iba a protestar pero lo pensó, al fin y al cabo a ella siempre le gustaba empezar por el final. Con deliberada lentitud comenzó a deslizar hacía abajo el cierre del traje, sin apartar los ojos del macho que la observaba con sumo interés. ¿Me estás provocando?, preguntó él. ¿No te gusta?, fue su respuesta atrevida, mientras se mordía el labio inferior. Él sonrió y la recorrió con la mirada. No había dudas, se trataba de otra especie pero sentía y deseaba como los seres humanos, eso era lo que le estaba demostrando a Tania. ¿Lo disfrutas?, preguntó la prisionera. ¿Qué crees que debería disfrutar? Violarlas, dijo Tania, con asco. No las violo, las apruebo, simplemente eso. Mientras hablaban mentalmente ella aprovechó a despojarse de su traje ajustado. Ahora, ¿vas a aprobarme?, disparó la pregunta con ironía. Él sonrió. Creo que contigo quiero hacer algo diferente. Estas palabras se colaron como un susurro en la cabeza de Tania, que se sintió mareada, excitada y muy expuesta. Estaba comenzando a sentir los efectos de otra atmósfera, aunque el aire parecía el mismo; y ya se estaba cansando de esa conversación mental que le estaba provocando dolor de cabeza. Acércate. Oyó ese pedido y se vio de repente acostada sobre ese altar y a él parado entre sus piernas. Se sintió aturdida, sabía que estaba muy mojada, sentía los pezones tan duros que le dolían. Sentía sus manos grandes acariciar sus muslos y su cintura. Puedo oler tu deseo, eres una hembra en celo capaz de lo que sea con tal de conseguir placer. Quieres provocarme y no sabes que yo puedo acaba contigo en un segundo. Y tú eres un estúpido, como cualquiera de los hombres que he conocido; ni siquiera tú puedes escapar al deseo que te inspiro. Reconócelo, fuiste capaz de interrumpir lo que hacías tan solo porque querías quedarte a solas conmigo. Los ojos del macho extraterrestre centellearon. Tania no podía moverse, había caído en un estado de sopor que provocaba que todo le diera vueltas cuando se movía. Cerró los ojos; si iba a suceder algo ella no lo podía evitar y, en definitiva, lo deseaba. Sintió algo acariciando sus tobillos y subiendo por sus piernas. Lo sabía, era el tentáculo sexual que se abría paso con lentitud hacía su centro. Gimió, le parecía que iba demasiado lento; intentó hablar y no pudo, sentía la boca pastosa y su vientre que parecía a punto de reventar, en espera de algo que lo saciara. Y ese algo llegó y la sació. Cuando despertó, estaba en una pieza de techo alto y abierto, la luz natural entraba por allí y por una única ventana que daba al lugar donde se encontraba el altar, que ahora se hallaba vacío. Seguía desnuda, su cuerpo estaba cubierto a medias por una tela muy leve y suave; nunca había visto nada parecido en la Tierra. El lecho donde yacía era cómodo, blando, el lugar olía muy bien. Se pasó la lengua por los labios resecos; tenía el cuerpo empapado en sudor y algunos mechones de pelo pegados a la cara. Respiró hondo, se sentía satisfecha; inconscientemente se llevó una mano a la entrepierna, al parecer estaba todo en su lugar, tenía los labios vaginales bastante inflamados, una sustancia pegajosa se adhirió a sus dedos. Era verde e inodoro. Se incorporó y caminó hacía la compuerta de hierro, buscó un picaporte para abrir pero no halló nada; mientras sentía esa sustancia deslizarse por sus piernas hasta sus pies. Volvió al lecho e intentó recordar lo sucedido. Cerró los ojos y le pareció que lo sentía otra vez en su interior, llenándola como ningún miembro humano pudo hacerlo, haciéndole perder el conocimiento ante la intensidad del placer. Recordaba el tacto de sus manos sosteniendo sus piernas, el movimiento del miembro viviente entrando y saliendo de su cuerpo. No lo había visto hacerlo con las otras hembras, lo que corroboraba que con ella se había salido del libreto. Se acarició el vientre, estaba desconcertada. No esperaba que acabara dentro de ella, pensó que simplemente se divertiría antes de calificarla como efectivamente «catada». Aguzó el oído, no se oía nada, más allá de un repentino zumbido que se elevaba y se silenciaba de repente, y algún que otro grito que culminaba de la misma forma imprevista como comenzaba. La inquietud comenzó a embargarla, las dudas acerca de lo que le había sucedido a Alex y la locura suya, de intentar seducir a un ser de otro planeta, que ahora la tenía allí encerrada. Sus pensamientos se vieron interrumpidos por un chasquido que le llegó desde la puerta, que ahora se abría. Se cubrió con rapidez, y miró con ansiedad de quién se trataba. Un ser que parecía ser una hembra entró trayendo una bandeja, caminaba con la cabeza inclinada hacía el suelo, sin mirarla a los ojos. Era de una raza distinta a la del que la había encerrado allí. Sin decir palabra le ofreció de su contenido. Tania no aceptó, y ella permaneció parada a su lado. ―¿Dónde estoy? ¿Sabes por qué estoy aquí? ―le preguntó en voz alta. La hembra no respondió, tampoco levantó la cabeza―. Por favor, ¿me puedes ayudar? ―volvió a hablarle, con ansiedad, intentando tomarla de las manos. La otra se apartó, la miró de reojo y volvió a bajar la mirada. Era obvio que tenía miedo. Está en los aposentos de El Kifar, le dijo telepáticamente, era tan suave su voz que parecía que le estaba susurrando. ¿El Kifar? El que decide quiénes serán las hembras que tendrán el honor de ser el recipiente para la nueva raza. ¿Nueva raza? Tania se sentía una tonta al no entender lo que la otra le decía. Estos machos son lo mejor que ha quedado de su especie, sus hembras murieron de una extraña enfermedad y estaban destinados a la extinción. El Kifar fue elegido entre todos estos machos por los poderes que le permiten detectar si una hembra es hábil o inhábil para recibir su simiente. ¿Cuánto dura la preñez? ¿Qué hacen con las hembras una vez que tienen a sus hijos? ¿Qué hacen con los machos que capturan? La hembra la miró, Tania podía jurar que había compasión en sus ojos, el miedo la traspasó. Comenzó a respirar con rapidez y los ojos se le humedecieron. Antes de que aquella volviera a responderle la puerta se abrió, El Kifar entró y la hembra desapareció sin hacer ruido; la puerta volvió a cerrarse. Su idea fue la de empezar a gritar, preguntar, pero él la miró como lo hizo antes del primer encuentro y ella volvió a sentir que perdía la voluntad, que el mundo giraba en torno a ella y que lo único que deseaba en ese momento era pertenecerle. Lo vio acercarse al lecho e inclinarse sobre ella y después el placer, el magnífico placer que siempre había buscado y que había descubierto allí. Esta vez su consciencia duró más y llegó a sentir sus propios jadeos, sus ruegos lascivos pidiéndole más, y vio en el rostro de El Kifar una media sonrisa de satisfacción y en sus ojos el mismo deseo que veía en los de cualquier hombre, antes de desvanecerse como le ocurrió la primera vez. Sentía gritos en sus sueños, pero no eran sueños, el sopor era tan intenso que no podía concentrarse. Cuando al fin logró tomar posesión de los movimientos de su cuerpo, pudo incorporarse. La habitación le parecía más grande que antes, centró la vista en la ventana por la que entraban los gritos que ahora se hicieron precisos y reales. Se levantó del lecho con torpeza, le dolía todo el cuerpo, aun estaba desnuda, tan sudada como antes, tan llena de semen como antes. Llegó a la ventana y se agarró con fuerza de los barrotes, miró hacia abajo y sus ojos casi se salen de sus órbitas por lo que veían. La hembra que la había servido horas antes ahora tenía el abdomen terriblemente hinchado, estaba echada sobre el altar y un grupo de esos seres la sostenían de tobillos y manos; a un costado estaba el «catador», de brazos cruzados, observando inmutable la escena. La hembra se debatía y chillaba, sus gritos aumentaban de volumen y le taladraban los oídos. Calló de repente, cuando su vientre reventó y muchas cosas pequeñas, parecidas a babosas, comenzaron a caer sobre el altar. La prisionera había muerto. Tania ahogó un grito, y su terror aumentó cuando vio entrar a Alex mientras lo golpeaban con un látigo. El Kifar levantó la vista, sabía que ella estaba allí, sonrió con burla. Ahora sabrás lo que hacemos con los machos que capturamos... ―¡No! ―gritó, Tania, aferrándose a los barrotes de la ventana. Alex levantó la vista, parecía un niño asustado de cabello rubio y ojos azules. Tania sintió pena por él. El ser al mando la observaba con fijeza, sus miradas se cruzaron y él hizo una mueca burlona. Sabes lo que tienes que hacer para evitarte todo esto y seguir disfrutando de lo que te gusta. Ella soltó los barrotes y se retiro hacía atrás, mirando a Alex. ―Tania, no. ¡No! ―gritó, al ver que se apartaba de la ventana. Lo último que vio fue a Alex siendo empujado con violencia contra el altar. Luego, sus gritos desgarradores que fueron apagándose dando paso a ese sonido succionador que parecía estar abriéndose camino por las paredes del lugar. Se recostó cuan larga era, miró hacía el techo abierto, la luz parecía ser más tenue ahora. Se sorprendió de su falta de emociones, debería estar aterrada, angustiada, buscando la forma de escapar de ahí. El resto de la tripulación estaría buscándolos, al menos debería ser así, aunque no lo sabía teniendo en cuenta que no podía precisar cuánto tiempo había pasado desde que aterrizaron. Oyó el chasquido de la puerta, no se molestó en mirar enseguida, sabía de quién se trataba. Luego de unos segundos se incorporó apoyándose en los codos y miró al «catador» que la observaba desde la puerta. Lo quiero todo, placer y conocimiento. Él sonrió, se quitó la capa y caminó hacía ella... Horas después era Tania la que luchaba por su vida sobre el altar, la que moría trayendo al mundo a la prole de El Kyfar, mientras él sonreía, satisfecho de haber encontrado el vientre perfecto que lo perpetuaría. *** ―Aquí Nave Experimental K52. Estamos en viaje de regreso. Tuvimos complicaciones, los científicos al mando desaparecieron durante el viaje de reconocimiento. No estamos provistos del equipo para ir en su búsqueda, se hace imperioso regresar.


P.K.O ©

http://www.bubok.es/libros/231537/Horrendos-amores

1 comentario:

lo juro por mi tatuaje dijo...

Felicidades por este relato. Llegué a tu sitio desde Fantasía Austral y me alegra haberlo hecho, me ha gustado mucho. Un saludo.